Parte 2.- Un Curso de Amor.

UN CURSO DE AMOR.Por Mari Perron.
5. LA RELACIÓN.

«En cada unión, en cada entrega existe el amor: Cada unión, cada entrega es precedida por una suspensión del juicio. Por lo tanto, no es posible unirse a lo que se juzga. Lo juzgado permanece fuera de ti, y es lo que permanece fuera lo que te invita a hacer aquello que el amor no haría. Lo que permanece fuera es todo lo que no se ha unido a ti. Lo que se ha unido a ti deviene real en la unión, y sólo el amor es real».

(5.1) La presencia de Cristo en ti es plenamente humana y plenamente divina. Como plenamente divina, nada le es desconocido. Como plenamente humana, ha olvidado todo. Por lo tanto, volveremos a aprender lo que, como el Uno, ya sabemos. Esta unión de lo humano y lo divino se gesta en la presencia del amor, a medida que su reconocimiento derrumba todo aquello que te provoca temor y sufrimiento. Esta unión de lo humano y lo divino es tu propósito aquí, el único propósito digno de tus pensamientos.

(5.2) Tú que has llenado tu mente de divagaciones sin sentido y pensamientos que no piensan en nada que sea real, alégrate de que existe un camino para poner fin a este caos. El mundo que ves es un caos y en él no hay nada digno de confianza, tampoco tus pensamientos. Por ello necesitan ser consagrados de nuevo, dedicados al único propósito digno de pensar: el propósito de unirte a tu verdadero Ser, el Cristo en ti.

(5.3) Lo dije antes: es sólo a través de la unión conmigo que aprendes, porque es sólo en unión conmigo que eres tu Ser. Ahora debemos expandir tu comprensión de la unión y la relación, así como tu comprensión de mí.

(5.4) La unión es imposible sin Dios. Dios es unión. ¿Acaso no es semejante a decir Dios es Amor? El amor es imposible sin unión. Lo mismo vale para la relación. Dios crea toda relación. Cuando tú piensas en la relación, piensas primero en una relación y luego en otra, la que compartes con tal o cual persona amiga, con tu esposo o esposa, con un hijo, empleado o empleador, o un pariente. Al pensar en estos términos tan específicos no percibes el sentido de la relación: ésta, en sí misma, es sagrada.

(5.5) La relación existe aparte de los particulares. Esto es lo que no puedes concebir y lo que tu corazón necesita aprender de nuevo. Toda verdad es generalizable porque la verdad no se ocupa de los detalles específicos ni de las formas de tu mundo. Tú piensas que la relación existe entre un cuerpo y otro, y mientras sigas pensando así, no entenderás la relación o la unión ni llegarás a reconocer el amor tal como es.

(5.6) Relación es lo que existe entre una cosa y otra. No es ni una cosa ni la otra. Tampoco es una tercera cosa, en el sentido de un tercer objeto, sino algo distinto. Cuando vas a escribir algo, eres consciente de que existe una relación entre tu mano y un lápiz, pero es una relación que das tan por sentada que has olvidado que existe. Toda verdad anida en la relación, inclusive en una tan simple como ésta. El lápiz no es real, ni la mano que lo toma. Pero la relación entre ellos sí lo es. «Cuando dos o más se reúnen» no es una apelación a los cuerpos para que se unan. Es una declaración que describe lo auténticamente real, la única realidad que existe. Esa reunión es lo real y es la causa de que toda la creación entone un cántico de júbilo. Ninguna cosa existe sin la otra. Causa y efecto son una misma cosa. Por lo tanto, ninguna cosa puede causar otra sin que sean una o estén unidas en la verdad.

(5.7) Empezamos a trazarte un nuevo cuadro, un cuadro de cosas que antes eran invisibles a tus ojos pero que tu corazón veía. Tu corazón conoce el amor sin verlo. Tú le das forma y dices: «Amo a esta persona» o «Amo aquello», sin embargo tú sabes que el amor existe independientemente del objeto de tu afecto. El amor está más allá del marco de este mundo. Tú te aferras a objetos para atraparlo y ponerle un marco a su alrededor, exhibirlo en la pared como un cuadro y decir: «El amor es esto». Pero cuando lo has atrapado y colgado para que todos lo vean y contemplen, te das cuenta de que eso no es el amor. Comienzas entonces a erigir tus defensas, las evidencias que citas para decir: «En verdad, esto es el amor y lo tengo aquí. Cuelga de mi pared y lo veo. Es mío, lo poseo, conservo y cuido. Mientras permanezca donde puedo verlo, es real y yo estoy a salvo».

(5.8) «Ah», piensas cuando encuentras amor, «ahora mi corazón canta; ahora sé qué es el amor». Y asocias el amor que has encontrado a la persona en quien lo has encontrado e inmediatamente buscas preservarlo. Hay millones de museos del amor, muchos más que altares. Sin embargo, tus museos no pueden preservar el amor. Te has convertido en coleccionista antes que recolector. Tu temor ha crecido tanto que por seguridad coleccionas todo lo que podría combatirlo. De manera semejante al marco del amor que cuelga en tu pared, las colecciones que llenan tus estantes, ya sean de ideas, dinero o cosas para contemplar, son intentos desesperados de guardar para ti algo apartado de lo demás. Al separar el amor, reconoces que no tiene lugar aquí, pero también te separas tú y todo aquello que defines como valioso. Construyes tus bancos, así como tus museos y palacios al amor y dejas de ver los becerros de oro que se esconden en sus paredes.

(5.9) Esta compulsión a preservar las cosas no es sino afán por dejar una marca en el mundo, una marca que diga: «He conseguido mucho durante mi permanencia en este mundo. Estas cosas que amo son las que dejo, mi legado, las que declaran que yo estuve aquí». Una vez más la idea es correcta, pero tan fuera de lugar que se convierten en una burla de lo que eres. El amor marca tu lugar, pero en la eternidad, no aquí. Lo que dejas atrás nunca es real.

(5.10) El amor reunido es una celebración. El amor coleccionado no es más que una imitación. Es necesario reconocer y comprender esta diferencia, así como el impulso de separar el amor de todo lo demás, pues la comprensión de estos impulsos puede ser tan esclarecedora que puede comenzar a traer salud a un mundo insano.

(5.11) Todavía no crees ni comprendes que los impulsos que sientes son reales y que no son ni buenos ni malos. Tus sentimientos auténticos provienen del amor, pero tu respuesta a ellos está orientada por el temor. Incluso los sentimientos de destrucción y violencia provienen del amor. Tú no eres malo y no tienes sentimientos que puedan ser calificados de malos. Pero estás desorientado respecto del significado de tus sentimientos y cómo estos pueden traer amor a tu vida y llevar tu vida al amor.

(5.12) Las lecciones del amor se aprenden comprendiendo la relación entre lo que sientes y lo que haces. Cada sentimiento pide que te entregues a una relación con él, pues en él encontrarás amor. En cada unión, en cada entrega existe el amor. Cada unión, cada entrega es precedida por una suspensión del juicio. Por lo tanto, no es posible unirse a lo que se juzga. Lo juzgado permanece fuera de ti, y es lo que permanece fuera lo que te invita a hacer aquello que el amor no haría. Lo que permanece fuera es todo lo que no se ha unido a ti. Lo que se ha unido a ti deviene real en la unión, y sólo el amor es real.

(5.13) ¿Puedes ver el lado práctico de esta lección? ¿Qué terror puede causar un impulso violento que, cuando se une al amor, se convierte en otra cosa? Un impulso violento puede significar muchas cosas, pero siempre detrás de él existe un fuerte deseo de paz. Esta paz puede significar la destrucción de lo viejo, y el amor puede facilitar el ascenso y caída de muchos ejércitos. ¿Qué huestes de destrucción pueden sacudir al mundo cuando se acercan al amor?

(5.14) Dentro de ti el mundo está seguro y a salvo. No reina el terror ni acechan en la noche las pesadillas. Una vez más describiré la diferencia entre lo que está dentro y lo que está fuera. Adentro está todo lo que se ha unido a ti, afuera está todo lo que mantienes separado. Toda relación que hayas tenido alguna vez permanece dentro de ti. Mientras que todo aquello que has apartado, rotulado, juzgado y apilado en los estantes permanece fuera de ti.

(5.15) En esto consisten los dos mundos. Aquel que ves como real es el que mantienes fuera de ti y puedes ver con los ojos del cuerpo. Aquel que no ves y en el que no crees es el que no puedes ver en el exterior. Sin embargo, este último es el real. Ver ese mundo real en el interior requiere otro tipo de visión: la visión del corazón, la visión del amor, la visión de Cristo en ti.

(5.16) Te asomas a la puerta de tu casa y ya sea que veas iluminadas calles urbanas, o calles atestadas de desperdicios y delincuencia, o campos sembrados, afirmas que ése es el mundo real. Es el mundo al que sales para ganarte la vida, recibir educación, encontrar pareja. La casa en la que moras, en cambio, como tu mundo interior, es donde vives la vida que tiene mayor sentido. Es donde se forman tus valores, donde tomas decisiones, donde hallas seguridad. La comparación no es ociosa. Tu hogar está dentro de ti y es real, tan real como parece serlo la casa que has hecho dentro del mundo. Puedes decir que el mundo real está fuera de ti del mismo modo en que imaginas que el mundo real está más allá de las puertas de tu casa, pero decirlo no lo convierte en verdad.

(5.17) Tu deseo continuo de mantener una relación con el mundo que está fuera de ti es la única causa de que ese mundo permanezca. Esto se debe a que no defines la relación como una unión. Aquello con lo que te unes deviene real. Cuando lo integras en tu interior lo conviertes en real porque lo conviertes en uno con tu Ser real. Esto es lo real. Todo aquello con lo que no te unes permanece fuera de ti y es una ilusión, pues lo que no es uno contigo no existe.

(5.18) De esta manera te conviertes en un cuerpo que se mueve en un mundo ilusorio donde nada es real y nada sucede en verdad. Este mundo ilusorio está lleno de cosas que te han dicho y te has dicho que debes hacer pero no quieres. Cuantas más cosas de estas haya en tu vida, más se empequeñece tu realidad. Todo lo que podría unirse a ti y convertirse en parte del mundo real de tu creación queda fuera de tu alcance.

(5.19) Nada hay en tu mundo que no pueda convertirse en sagrado mediante la relación contigo, pues tú eres esa santidad. No lo sabes porque llenas tu mente y dejas vacío el corazón. Tu corazón sólo se llena mediante la relación o la unión. Un corazón lleno supera a una mente llena, pues no deja lugar para los pensamientos insensatos sino sólo para aquello que es real.

(5.20) Queda entonces propuesto el primer ejercicio —y el único— de este curso para tu mente: consagra tu pensamiento a la unión. Cuando tu mente se llena de pensamientos sin sentido, cuando aparecen resentimientos, cuando te invaden las preocupaciones, repite el pensamiento que abre el corazón y despeja la mente: «Consagro todo pensamiento a la unión». Toda vez que necesites reemplazar pensamientos sin sentido, piensa en esto y repítelo una y cien veces si es necesario. No necesitas imaginar con qué reemplazarás tus pensamientos sin sentido, pues tu corazón intercederá satisfaciendo su anhelo de unión tan pronto como hayas expresado tu voluntad de dejar que lo haga.

(5.21) Todavía no comprendes la tenacidad de tu resistencia a la unión que transformaría el infierno en cielo y la locura en paz. Todavía no comprendes tu habilidad para elegir aquello a lo que das realidad al crear tu mundo. El único significado del libre albedrío es éste: Qué eliges unir contigo y qué eliges dejar fuera.

(5.22) Tu deseo de separación es el más insano de todos cuantos hayas concebido. Por encima de tu anhelo de unión colocas este deseo de estar solo y separado. En él fundamentas tu resistencia a Dios. Crees que has elegido distanciarte de Dios para poder seguir tu propio camino, pero al mismo tiempo que anhelas regresar a Dios y al cielo que es tu hogar, no quieres admitir que no puedes hacerlo solo. Has convertido a la vida en una prueba y crees que puedes pasarla o fracasar por tus propios méritos. Sin embargo, cuanto más te esfuerzas para lograrlo, más te das cuenta de la futilidad de tus esfuerzos, aunque no quieras admitirlo. Te aferras al esfuerzo como si fuese el camino a Dios y no quieres creer que todo esfuerzo es en vano y que existe una solución más simple. Pero en tu mundo, la solución simple que no exige lucha carece de valor. El individuo, te dices, se hace mediante el esfuerzo, y sin éste no existiría. En esto tienes razón, pues mientras pretendes ser un individuo, niegas la unión con los demás.

(5.23) Todos tus esfuerzos por ser un individuo se concentran en la vida del cuerpo. Tu concentración en la vida del cuerpo pretende mantenerlo separado. «Ganar» es tu expresión preferida mientras luchas por superar todos los obstáculos y adversidades que te impiden tener todo lo que crees que quieres tener. Ésta es tu definición de la vida, y mientras rige, define lo que ves como real. Te presenta miles de opciones, no una vez sino muchas, hasta que crees que tu poder de elección es una fantasía y en realidad eres impotente. En consecuencia, reduces aquello que quieres y sales en su busca con toda determinación, convencido de que la única opción que está bajo tu control te exige esfuerzo y trabajo. Crees que si dejas de lado todo lo demás y te concentras sólo en esta opción, tarde o temprano alcanzarás el éxito. Así se expresa la fe en tu capacidad de maniobra en el mundo que has creado; y si finalmente logras el éxito, sientes que esa fe está justificada. No te detienes a examinar el costo. Sin embargo, éste pronto se torna evidente. En vez de sentir que has ganado, te encuentras intentando superar una sensación de pérdida. ¿En qué te equivocaste?, te preguntas. ¿Por qué no estás satisfecho con todo lo que has logrado?

(5.24) Una vez que lo has logrado, este conseguir lo que quieres que arrastra tu vida demuestra que no es, precisamente, lo que querías. Cuando esto ocurre, simplemente crees que elegiste mal, por lo tanto eliges otra cosa y luego otra más, sin detenerte a considerar que estás eligiendo entre ilusiones. ¡Y te sorprendes de no haber encontrado la felicidad! Mientras tanto, sigues viviendo la vida como una prueba, obligándote a un logro tras otro, seguro de que el próximo será el que vale.

(5.25) Pero es un engaño, pues lo que fracasó una vez seguramente fracasará de nuevo. Necesitas detenerte ahora mismo y abandonar lo que crees que quieres.

(5.26) Detente ahora y observa ahora tu reacción a estas palabras y la tenacidad de tu resistencia. ¿Abandonar lo que quieres? Sin duda esto es lo que esperabas que Dios te pidiera y aquello de lo cual te has cuidado toda la vida. ¿Por qué tendrías que hacer este sacrificio? ¿Para qué vivirías? Quieres tan poco, ¿cómo se te puede pedir que lo abandones?

(5.27) En verdad quieres poco, y sólo cuando tomas conciencia de esto puedes recuperar todo lo que es tuyo.

(5.28) Con cada unión a la que te entregas, tu mundo real se agranda, al mismo tiempo que decrece aquello que te aterroriza. Ésta es la única pérdida provocada por la unión, y no es más que la pérdida de una ilusión. A medida que la unión te resulta más atractiva, comienzas a preguntarte cómo se produce. Debe haber algún secreto que no conoces. ¿Cuál es la diferencia entre proponerte una meta y alcanzarla, y unirte con algo?

(5.29) No es necesario que sean dos cosas aparte, pero lo son por tu propia elección: la elección de lograr por ti mismo lo que quieres. Ésta es la diferencia entre unión y separación. Separación es todo lo que percibes solo. Unión es todo aquello que me invitas a compartir y compartes con Dios. No estás solo ni estás sin tu Padre, pero la invitación es necesaria para que tomes conciencia de esa presencia. Así como yo lo fui, tú eres simultáneamente humano y divino. Aquello que tu yo humano ha olvidado, tu verdadero Ser lo resguarda a la espera de que le des la bienvenida para dártelo a conocer una vez más.

(5.30) A Dios lo conoces en las relaciones, pues éstas son lo único real. Dios no puede ser visto en las ilusiones ni puede ser conocido por quienes le temen. Todo temor es temor a las relaciones y, por consiguiente, miedo a Dios. Puedes aceptar el terror que reina en otra parte del mundo porque no te sientes relacionado con él. Sólo en la relación las cosas se vuelven reales. Eres consciente de esto y por lo tanto te esmeras por mantener lejos de ti todo aquello que se sumaría a tu desasosiego y sufrimiento. Pero pensar que una relación puede provocar terror, desasosiego o sufrimiento es un error.

(5.31) Crees que estar en contacto con la violencia es tener una relación con ella. No es así. Si lo fuera, estarías unido a todo aquello con lo que entras en contacto, el mundo sería el cielo y todo lo que ves sería bendecido por tu santidad. El hecho de que andes por el mundo sin relacionarte con él es lo que provoca tu alienación del cielo que podría ser.

(5.32) Recuerda ahora un día maravilloso. Todo el mundo ha tenido por lo menos un día brillante en un mundo de oscuridad. Un día en que el sol brillaba en tu mundo y tú te sentías parte de todo. Cada árbol y cada flor te daban la bienvenida. Cada gota de agua parecía refrescar tu alma y cada soplo de brisa te transportaba al cielo. Cada sonrisa parecía dirigida a ti y tus pies parecían apenas tocar el suave cielo que pisabas. Esto es lo que te espera cuando te unes con lo que ves. Esto es lo que te espera cuando dejas de juzgar al mundo, con lo cual te unes a todo y extiendes tu santidad sobre un mundo de pesares para que se convierta en un mundo de alegría.

6. PERDÓN / UNIÓN.

«El desafío ahora reside en crear antes que adquirir. Con la paz, los logros se trasladan al ámbito donde realmente vale la pena desearlos y donde realmente pueden tener lugar. Y con esos logros llegan la libertad y el desafío de crear. Aquellos que no pudieron cambiar ni un ápice del mundo mediante su esfuerzo, en paz crean el mundo de nuevo».

(6.1) La unión descansa sobre el perdón. Ya has oído esto antes pero no comprendes qué cosa deberías perdonar. Debes perdonar la realidad por ser como es. La realidad, lo auténticamente real, es la relación. Debes perdonar a Dios por crear un mundo en el que no puedes estar solo. Debes perdonar a Dios por crear una realidad que se comparte, antes de estar en condiciones de comprender que ésta es la única realidad que quieres. Debes perdonar esta realidad por ser diferente de lo que imaginaste. Debes perdonarte a ti mismo por no poder hacer las cosas por tu cuenta. Debes perdonarte a ti mismo por ser lo que eres, un ser que sólo existe en relación. Debes perdonar a todos por ser como tú. Ellos tampoco pueden estar separados por más empeño que pongan. Perdónalos. Perdónate. Perdona a Dios. Entonces estarás preparado para entender cuán diferente es vivir en la realidad de la relación.

(6.2) Tu hermano no existe aparte de ti, ni tú de tu hermano. Esta es la realidad. Tu mente no está contenida dentro de tu cuerpo sino que es una con Dios y la compartes con todos tus semejantes. Ésta es la realidad. El corazón, que es centro de tu ser, es centro de todo lo que existe. Ésta es la realidad. Ninguna de estas cosas te hace menos de lo que habías percibido ser, pero hace imposible que estés separado. Puedes desear lo imposible hasta el fin de tus días, pero no puedes tornarlo posible. ¿Por qué no perdonas al mundo por ser distinto de lo que creías y comienzas a aprender cómo es en realidad? Para eso existe el mundo, y cuando hayas aprendido lo que tiene para enseñarte, ya no lo necesitarás, lo dejarás ir con alegría y en su lugar hallarás el cielo.

(6.3) Esto es lo que te enseñan todas las palabras, símbolos, formas y estructuras de tu mundo de la manera más simple y directa posible. No estás solo ni separado, nunca lo estuviste y nunca lo estarás. Todas las ilusiones pretenden ocultar este hecho porque preferirías otra cosa. Sólo cuando dejes de desear lo que no puede ser podrás ver aquello que es.

(6.4) Quienes menos me aceptaron como profeta y salvador fueron aquellos que más se parecían a mí, los que me vieron crecer, trabajaron junto a mis padres y vivieron en el mismo pueblo. Fue porque sabían que yo no era diferente de ellos y no podían aceptar que eran iguales a mí. Tanto ellos en su tiempo como tú ahora no son diferentes de mí. Somos semejantes porque no estamos separados. Dios creó el universo como un todo interrelacionado. El hecho de que el universo es un todo interrelacionado ni siquiera es discutido por la ciencia. Aquello que has construido para ocultar tu realidad se ha convertido, con la ayuda del Espíritu Santo, en lo que te enseñará a entenderla. Pero aun así te rehúsas a escuchar y aprender. Todavía prefieres que las cosas sean distintas y, por el solo hecho de preferirlas, eliges que sean así.

(6.5) ¡Haz una nueva elección! La elección que tu corazón anhela hacer y que tu mente encuentra cada vez más difícil negar. Cuando eliges la unión antes que la separación eliges la realidad antes que la ilusión. Acabas con la oposición eligiendo la armonía. Acabas con el conflicto eligiendo la paz.

(6.6) Todo esto es obra del perdón. El perdón del error original: la elección de creer que eres un ser separado a pesar de que no es así ni podrá serlo jamás. ¿Qué creador amoroso crearía un universo donde fuese posible la separación? Un ser aparte sería un ser creado sin amor, pues el amor crea a su semejanza y es uno con aquello que ha creado. Darte cuenta de esta simple verdad te iniciará en el camino del aprendizaje de lo que tu corazón quiere que aprendas.

(6.7) El hecho de que no estés solo en el mundo demuestra que no estás hecho para la soledad. Todo lo que hay a tu alrededor te ayuda a percibir de manera correcta, y luego a ir más allá de la percepción, hacia la verdad.

(6.8) ¿Qué es lo opuesto de la separación sino estar unido en una relación? Todo lo que se une en relación contigo es sagrado porque tú lo eres. Cualquiera de los contrastes que ves lo ejemplifica. Sólo ves el mal en relación con el bien. Ves el caos en relación con la paz. Cuando ves cada una de estas cosas como una entidad aparte no ves lo que la relación te muestra. El contraste pone en evidencia, por eso es una de las herramientas favoritas del Espíritu Santo. El contraste revela la relación que existe entre la realidad y la ilusión. Cuando eliges negar esta relación, optas por un sistema de pensamiento basado en lo contrario de tu realidad. Por lo tanto, cada negación de la unión revela su opuesto. Lo que está separado de la paz es caos. Lo que está separado del bien es maldad. Lo que está separado de la verdad es locura. Puesto que no puedes estar separado, todos estos factores que se oponen a tu realidad sólo existen por contraste con ella. Esto es lo que eliges crear cuando pretendes ser lo que no puedes ser. Eliges vivir en oposición a la verdad, y la oposición es algo que tú construyes.

(6.9) ¡Vuelve a elegir! Y abandona el temor a lo que la realidad puede traerte. ¿Qué podría ser más insano que aquello que ahora llamas cordura? ¿Qué pérdida puede haber cuando te unes a aquello que es semejante a ti? Está a sólo un paso de donde te encuentras ahora, tan indefenso y solo.

(6.10) Sin embargo, temes. Y mantener el temor te tiene muy ocupado. Avivas su fuego para que no se apague y te deje inmerso en una tibieza que no es de este mundo. Ésta es la tibieza en que vivirías, una tibieza tan abarcadora que el frío del invierno no le haría mella. Pero aun así eliges el fuego. Eliges el fuego del infierno antes que la luz del cielo. Sólo tú puedes atizar el fuego y por eso te resulta deseable. Una tibieza que no es de este mundo, que se ofrece libremente sin que tengas que trabajar por ella, te provoca desconfianza. ¿Cómo puede ser para ti si no tienes que invertir ningún esfuerzo para ganártela? Y aun si fuese verdad, ¿qué tiene? Algunos —te dices— se van a vivir cerca del ecuador donde el sol brilla todos los días y no hay necesidad de encender un fuego. Pero tú no. Tú —te dices— prefieres las cuatro estaciones, el frío y el calor, la nieve y la lluvia, la oscuridad de la noche y las nubes que ocultan el sol. ¿Qué sería la vida sin ellas? El sol perpetuo sería demasiado fácil, carente de imaginación, estéril. Tener todos los días lo mismo no sería interesante por ahora. Tal vez más adelante, cuando seas viejo y te hayas cansado del mundo. Tal vez entonces te sientes al sol.

(6.11) Éste es el cielo según tu mente, el significado de la unión, el rostro que le das a la paz eterna. Con semejante visión en tu mente no es ninguna sorpresa que la rechaces o que la postergues hasta el final de tus días. Un cielo como éste es para los ancianos y desvalidos, para aquellos prontos a abandonar el mundo, para quienes ya se han cansado de él. ¿Qué tendría de divertido un cielo así para los que todavía son jóvenes y están llenos de vigor? ¿Para los que están dispuestos a enfrentar otra batalla o aún no han probado todos los desafíos? Si todavía queda una montaña para escalar, ¿por qué elegir el cielo? Puedes elegirlo más tarde, cuando la enfermedad haya tomado el control de tus miembros y tu mente ya no corra en busca de lo que viene después.

(6.12) El entusiasmo por la vida y el entusiasmo por el cielo aparecen como cosas opuestas. El cielo y su ambiente de paz eterna pueden quedar — piensas— para el fin de los días, y gritas que es injusto cuando un joven abandona la vida. El cielo no es para los jóvenes, dices. Es injusto que aquellos que mueren jóvenes no hayan tenido la oportunidad de vivir, la oportunidad de enfrentar las luchas y los desafíos, la llegada del nuevo día y el ocaso de lo viejo. Qué pena que no hayan tenido la oportunidad de marchar solos por la vida y ser lo que podrían haber sido. Les adjudicas tus valores, pues tú vives para lo que está por venir, con la esperanza de que no sea como lo anterior. Pues cada desafío que enfrentas es un llamado a enfrentar el próximo. Y cada uno llega para reemplazar el anterior con la esperanza de que, ahora sí, éste sea el que vale, y al mismo tiempo la esperanza de que no lo sea.

(6.13) Tener éxito es como una pequeña muerte, un duelo del que debes salir rápido hacia donde te espera un nuevo desafío y una nueva razón para existir. Devoras inmediatamente la zanahoria que sostienes delante de ti para realimentar el círculo. Así como comes para saciar tu hambre y poco después sientes hambre de nuevo, tu vida necesita un círculo similar perpetuo para mantener la realidad que le has construido. «Luchar por el éxito y tener éxito para luchar un día más» es la vida que te has hecho y la que temes que sea reemplazada por el cielo. Dejar de lado la idea de que en esa vida reside el sentido, se logra satisfacción y se construye la felicidad es considerado una rendición. Es entonces en estos momentos que invocas la ayuda del cielo, cuando pareces estar próximo a rendirte, pues nunca sientes tanta necesidad de ayuda como cuando tus proyectos fracasan y la resignación se transforma en una alternativa más tentadora que la perseverancia.

(6.14) Muy pocos piden la gracia de abandonar lo que ha sido por lo que podría ser. Consideras que rendirte es un fracaso, y esto es a lo que más temes. No tener éxito en la vida sería en verdad un fracaso, siempre y cuando fuese posible. Sin embargo te aferras a esta posibilidad, pues crees que sin posibilidad de fracaso no existe posibilidad de éxito. Los contrastes que ves en tu estado de separación crean situaciones en las que sientes que sólo hay lugar para una cosa «o» la otra y que debes optar por una «u» otra. Pero si bien optar por el cielo es en verdad una opción por abandonar el infierno y la verdad es la opción de renunciar a las ilusiones, la alternativa no es real, pues en la verdad las ilusiones se desvanecen y en el cielo queda abolido todo pensamiento sobre el infierno.

(6.15) ¿Cómo puedo convencerte de que deseas la paz si no la conoces? Quienes alguna vez adoraron becerros de oro lo hicieron porque no conocían otra opción. Para ellos, la idea de un dios de amor era tan extraña como lo es para ti la idea de una vida de paz. Ha cambiado lo que es extraño para el mundo, pero no ha cambiado el mundo. Los que conviven con la guerra buscan la paz. Los que viven un fracaso buscan el éxito. Dicho de otro modo, buscas sentido en un mundo insano, buscas sentido en lo que no tiene sentido, buscas un propósito en lo que no tiene propósito.

(6.16) ¿Cómo puedo hacer que la paz sea atractiva para ti que no la conoces? La Biblia dice: «El sol brilla y la lluvia cae sobre malos y buenos por igual». ¿Por qué crees, entonces, que la paz es un sol perpetuo? La paz es simplemente disfrutar tanto del sol como de la lluvia, de la noche como del día. Cuando no juzgas, la paz brilla sobre todo lo que miras, así como sobre toda situación que enfrentas.

(6.17) Las situaciones también son relaciones. Cuando la paz está presente en tus relaciones, las situaciones también se revelan tal como son y puedes verlas bajo la luz del cielo. Las situaciones ya no chocan unas contra otras tornando imposible que cumplas con lo que te propones. El desafío ahora reside en crear antes que adquirir. Con la paz, los logros se trasladan al ámbito donde realmente vale la pena desearlos y donde realmente pueden tener lugar. Y con esos logros llegan la libertad y el desafío de crear. La creación se convierte en la nueva frontera, la ocupación de quienes son demasiado jóvenes como para descansar, demasiado interesados en vivir como para darle la bienvenida a la paz de la muerte. Aquellos que no pudieron cambiar ni un ápice del mundo mediante su esfuerzo, en paz crean el mundo de nuevo.

(6.18) Aquí encuentran la más amable de las respuestas a sus preguntas. No requiere tiempo ni dinero ni el sudor de la frente cambiar el mundo: requiere sólo amor. Un mundo perdonado es un todo completo, y en su plenitud es uno contigo. Es aquí, en la plenitud, donde mora la paz y está el cielo. Es en la plenitud donde el cielo espera por ti.

(6.19) Piensa ahora en esto: ¿Cómo podría el cielo ser un lugar diferente? ¿Un pedazo de geografía distinto del resto? ¿Cómo podría no abarcarlo todo y aun así ser lo que es: hogar del hijo amado de Dios y morada de Dios mismo? Es porque Dios no está separado de nada que tú tampoco lo estás. Es porque Dios no está separado de nada que el cielo está donde tú estás. Es porque Dios es amor que todas tus relaciones son santas, y a partir de ellas puedes encontrar el camino a Él y a tu santo Yo.

(6.20) ¿Tus relaciones con tus seres queridos quedan truncas cuando abandonan este mundo? ¿Acaso no piensas todavía en ellos? ¿Y no piensas en ellos como los que eran en vida? ¿Cuál es la diferencia, en tu mente, entre lo que fueron y lo que son después de la muerte? Si eres honesto admitirás una noción de que ellos todavía existen, pero sin el peso del cuerpo, sin los límites que imperan sobre los que quedan. Tal vez todavía los imaginas con forma corporal, pero los imaginas felices y en paz. Aun aquellos que proclaman no creer en Dios o en una vida después de la muerte admiten que ésta es una imagen que ilumina sus mentes con paz y esperanza. Esta imagen es tan antigua como el cielo y la tierra y todo lo que está más allá. No surgió de la fantasía ni pasó de una mente a otra como suelen hacerlo los cuentos. Es parte de tu conciencia de quien eres, una conciencia que niegas para dar paso a pensamientos de muerte tan sombríos que hacen de la vida una pesadilla.

(6.21) Tu negación de los pensamientos felices te ha llevado a una vida de infelicidad. Adoptas pensamientos de terror y pecado, pero a los pensamientos de resurrección y vida nueva los acallas antes de que tengan oportunidad de nacer y los llamas ingenuos. ¿Qué daño crees que te pueden hacer los pensamientos felices? A lo sumo puedes creer que son engañosos. Y a lo que temes es al desengaño. Todo aquello que alguna vez has deseado en la vida y no has podido cumplir lo usas como prueba para negarte las esperanzas de cualquier clase. No puedes entender la diferencia entre desear lo que nunca puede ser y aceptar lo que es.

(6.22) Así las cosas, el mundo te decepcionará sin remedio, pues tu concepto de él se basa en el engaño. Te has engañado sólo a ti mismo, y tu engaño no ha cambiado aquello que es ni logrará hacerlo jamás. Sólo Dios y Sus colaboradores pueden llevarte del engaño a la verdad. Has tenido tanto éxito en engañarte que ya no puedes ver la luz sin ayuda. Pero únete a tu hermano y la luz comenzará a brillar, pues todos están aquí para ayudarte. Este es el propósito del mundo y del amor: poner fin al autoengaño y regresarte a la luz.

7. LA RETENCIÓN.

«Lo que apartas del mundo lo apartas de ti, pues no estás separado del mundo. En toda situación, lo que escatimas no lo tienes, porque sólo lo escatimas de ti mismo».

(7.1) Antes de continuar, es necesario producir una reversión mayor del pensamiento. Se ha dicho y subrayado muchas veces y lo diremos aquí también: aquello que das, en verdad lo recibes. Lo que no recibes es medida de lo que retienes. Tu corazón está acostumbrado a dar de una manera en que tu mente no lo está. Tu mente se apega a cualquier idea pensando en lo que puede traerte, y se resiente cuando ve que esa misma idea fructifica y tiene éxito en el mundo. «Yo tuve esa idea», sueles lamentar cuando otro tiene éxito donde tú has fallado. «Yo podría estar donde está esa persona si no fuese por la injusticia de la vida», te quejas. Tu mente habita en un mundo propio hecho mayormente de «si tan sólo». Tu corazón, por otra parte, sabe dar y recibir sin los límites del mundo de tu mente o de las circunstancias físicas. A pesar de las decepciones más severas, tu corazón sabe que aquello que das en verdad lo recibes.

(7.2) Aun así, hay partes de ti que le escatimas incluso al amor, y esto es lo que debemos corregir. Pues aquello que retienes, no lo recibes, y en consecuencia no recibes una parte del cielo o de Dios o de tu propio Ser. Para recibir de verdad, necesitas darte de manera completa. Por ahora nos concentraremos en la retención, pues aún no comprendes lo que puedes dar ni reconoces lo que tienes para dar. Pero puedes reconocer aquello que te guardas para ti y observarlo en cada situación. A medida que tomes conciencia de lo que retienes, podrás darte cuenta de lo que no das y, en consecuencia, de lo que tienes para dar.

(7.3) En tu mundo, todo aprendizaje se fundamenta en la comparación entre las cosas. Mediante la comparación buscas diferencias y las magnificas, nombras las cosas y las clasificas, estableces contrastes y oposiciones para separarlas en grupos y especies. No sólo distingues y separas a cada individuo, sino también a grupos de individuos, porciones de tierra, sistemas, organizaciones, el mundo natural, el mundo mecánico, el cielo, la tierra, lo divino y lo humano.

(7.4) Para identificarte a ti mismo en este mundo, has debido asirte a una parte de ti y decir: «Esto es lo que me hace único». Sin esta parte de ti que señalas como única, tu existencia parecería tener menos propósito del que parece tener. En consecuencia, aquello que has decidido que te distingue más, que más te separa del resto, es lo que más valoras.

(7.5) Este pensamiento constituye todo un sistema en sí mismo, pues es el principal pensamiento por el que vives tu vida. Todos tus esfuerzos se concentran en sostener la ilusión de que debes proteger lo que eres, y que la protección consiste en mantener a resguardo esta parte de ti. Así como el amor que has apartado de este mundo puede ser usado, también el pensamiento puede serlo, pues reconoce que estás tan apartado de este mundo como lo está el amor. Las duras realidades del mundo pueden reclamar tu cuerpo y tu tiempo, pero no permites que reclamen esta parte de ti que has resguardado y retienes en tu corazón. Sobre ella trabajaremos ahora.

(7.6) Esta es la parte que grita nunca a aquello que quiere vencerte. La vida siempre quita cosas —dices— pero nunca te quitará esto. Voluntad de vivir lo llaman quienes sienten su vida amenazada. Grito del individuo lo llaman quienes sienten que su identidad está amenazada. Para algunos es vocación creadora y para otros, el llamado del amor. Hay quienes no cambiarán esperanza por cinismo. Otros lo llaman ética, moral, valores y declaran que nunca cruzarán ese límite. Es una declaración que proclama: «No venderé mi alma».

(7.7) Regocíjate de que haya algo en este mundo que no negociarás, algo que consideras sacrosanto. Este es tu Ser. Sin embargo, este Ser que guardas con tanta estima es lo que tienes que aprender a dar gratuitamente. Es el Ser que sostiene la luz de quien eres en verdad, el Ser que está unido al Cristo en ti.

(7.8) A este Ser apelamos ahora. Escúchalo y guárdalo en tu corazón con alegría, junto con aquello que ya está en él: el amor que apartas y esa parte de ti que no cedes. Cuando aprendes que en verdad recibes aquello que das, verás que vale la pena dar lo que habita en tu corazón, pues eso será lo que recibirás.

(7.9) Regresemos ahora a lo que retienes y veamos qué efecto tiene la retención sobre ti y sobre el mundo. La primera lección que necesitas aprender dice que el mundo no te separa. Eres tú quien se separa del mundo. Esto es lo que ha hecho el mundo así como es. Lo que retienes permite que gobierne la ilusión y que la verdad haya quedado encerrada en un sótano tan impenetrable y durante tanto tiempo, que la creíste olvidada. No te das cuenta de que ese sótano es tu propio corazón, ni que aquello que has elegido separar y guardar en él es la verdad. Cuando creas en esto, y cuando creas que lo que das es lo que recibes, abrirás las puertas de par en par y todo el gozo que has separado de ti mismo regresará. Un fuerte viento barrerá tu corazón y todo el amor que le has negado al mundo será liberado en un gran intercambio. Fluirá en todas direcciones y no dejará rincón del universo sin tocar. En un instante la eternidad vendrá a ti. La muerte será un sueño a medida que el viento de la vida sople de direcciones que están más allá de toda dirección e insufle hálito vital a lo que estuvo encerrado durante tanto tiempo. Después de esto soplará sobre ti una suave brisa que nunca te abandonará y la vida respirará en unidad.

(7.10) La retención que practicas adquiere muchas formas. Sin embargo, éstas no son más que meros efectos de la misma causa que mantiene a la verdad separada de la ilusión. Donde llega la verdad, la ilusión se disipa. La verdad no necesita que la protejas, pues cuando se acerca a la ilusión, brilla con su luz en las tinieblas y éstas dejan de existir.

(7.11) Hay dos formas de apartar y retener: aquello de ti que guardas del mundo, y aquello del mundo que guardas para ti. Una ofensa, por ejemplo, es algo que eliges para ti, una parte de una relación que guardas con desprecio y amargura. No tienes conciencia de que eliges esta forma de retención decenas de veces por día. Una llamada telefónica sin contestar, un atascamiento de tráfico, una palabra grosera… todas estas cosas pueden convertirse en resentimientos que guardas y te rehúsas a abandonar. Es probable que empieces el día con varias de estas cosas en tu mente, donde las conviertes en razones para seguir reteniendo y escatimando. Ya tienes una excusa, o varias, para tener un mal día. ¿Por qué habrías de darle algo a alguien cuando el día te trata tan mal? Incluso reprimes la sonrisa, porque eliges la ofensa por encima del amor.

(7.12) Puedes optar por hablar sobre tu mal día con aquellos que encuentres, y si te muestran apoyo y comprensión, puede que decidas que has conseguido algo a cambio de tus resentimientos, y si eso que has conseguido en el intercambio te resulta de igual valor, tal vez decidas abandonar los resentimientos. Pero si la respuesta no te satisface, la añades a tu lista de ofensas hasta que el peso de las cosas a las que te apegas es mayor de lo que puedes soportar. Buscas entonces a alguien en quien descargar el peso, con la esperanza de poder pasarle masivamente tus ofensas. Si tienes éxito mediante el enojo, el despecho o la mezquindad, te sientes culpable y te refugias aún más en tu propia miseria.

(7.13) No te das cuenta de que toda situación es una relación, inclusive aquellas tan simples como una llamada telefónica sin respuesta o un atascamiento de tráfico. En cada situación te relacionas con alguien o algo, y lo que sostienes en contra de ese alguien o algo, se lo escatimas y retienes. Le quitas una parte de ellos y la retienes para ti, no para unir sino para separar. Tampoco tienes conciencia de que tú también eres objeto de esta clase de caprichos de tus hermanos y hermanas, por lo que hay partes de ti que quedan dispersas aquí y allá. Sabes que están perdidas, pero no sabes cómo las perdiste ni cómo las puedes recuperar. Lo que no sabes es que puedes prevenir toda pérdida siendo uno. Lo que está unido no puede ser partido y desperdigado, pues permanece en unidad. Lo que está unido vive en paz y no conoce la ofensa. Lo que está unido mora intacto en el amor.

(7.14) Existe otra manera de mezquinarte partes de una relación. No adquiere la forma de las ofensas sino la de sentirte especial. Retienes para sentirte especial, siempre a expensas de otro. Todos tus esfuerzos por ser mejor que tus hermanos y hermanas se traducen en competencia, envidia, codicia. Se relacionan con la imagen que tienes de ti mismo y tus desvelos por reforzarla. Tu deseo no es ser inteligente, sino más inteligente que tus colegas. Tu deseo no es ser generoso, sino más generoso que tus pares. Es tu deseo de ser más rico que tu prójimo, más atractivo que tus amigos, más exitoso que los demás hombres y mujeres. Cavas entonces una trinchera contra individuos y grupos; equipos, organizaciones y naciones; religiones, vecinos y familiares. Es tu deseo de tener el control, o de tener más o ser más. Y así desarrollas una vida basada en la comparación de la ilusión con la ilusión.

(7.15) Tú no crees que esto sea retener o escatimar, pero lo que reclamas como tuyo en desmedro de los demás es en verdad una retención. Y en tu mundo no sabes cómo obtener algo para ti sin quitárselo a otro. Inclusive adoptas la posición de escatimar tu inteligencia de los demás, no sea que lucren con ella. Quieres que tu inteligencia reciba reconocimiento, pero quieres que sea reconocida como tuya. Si alguien quiere la inteligencia que tienes para ofrecer, debe dar algo a cambio. Puede ser admiración o dinero, es lo mismo. La demanda persiste, ya sea de la recompensa que se te debe pagar o del homenaje que crees debido. Si no es así, escatimas lo que tienes. Y agradeces estas cosas por las que puedes reclamar una recompensa del mundo, pues sin ellas tú serías el que debería pagar.

(7.16) Éstos son sólo ejemplos de lo que escatimas del mundo y lo guardas para ti. ¿Cuáles son las cosas de ti que escatimas del mundo? En realidad, ambas categorías son similares, pues aquellas cosas que escatimas del resto, aquello por lo que exiges recompensa y no das libremente, tampoco las tienes para ti. Las ideas que guardas, la creatividad que sólo te beneficia a ti, la riqueza que acumulas, todas estas cosas carecen de utilidad cuando las retienes sólo para ti. Es como si no existieran. No te acercan a la verdad ni te brindan felicidad, ni pueden comprarte amor ni el éxito que buscas. Lo que apartas del mundo lo apartas de ti, pues no estás separado del mundo. En toda situación, lo que escatimas no lo tienes, porque sólo lo escatimas de ti mismo.

(7.17) Necesitamos regresar a la relación y corregir rápidamente cualquier idea errónea, en especial las que convierten esto en un asunto trivial o un tema específico que no es generalizable. Toda relación existe en la totalidad. Los ejemplos que utilizamos antes tenían la función de ayudarte a reconocer la relación en sí misma, como algo distinto de los objetos, personas o situaciones con las que te relacionas. Ahora vamos a ampliar la idea.

7.18 Ampliar tu visión para que vaya de lo específico a lo general es una de las tareas más difíciles del proceso de aprendizaje. Te darás cuenta de ello cuando comprendas de qué manera tu pensamiento está atado a lo específico. Una vez más, entonces, apelamos al amor y a la sabiduría íntima del corazón. Tu corazón ya ve de manera más completa que tu mente dividida. Incluso tu lenguaje y tus imágenes reflejan esta verdad, esta diferencia entre la sabiduría del corazón y la mente. Se puede hablar de un corazón roto, pero la imagen que esta frase suscita es la de un corazón rasgado y abierto, no la de un corazón escindido. Tu cerebro, en cambio, está separado en hemisferios derecho e izquierdo, cada uno con su función. Y aunque tu cerebro y tu mente no son lo mismo, tu imagen de la mente y de lo que hace o deja de hacer está vinculada a tu imagen del cerebro. Abandona esta imagen y concéntrate en la totalidad de tu corazón, más allá de cómo lo percibas en la actualidad. Aunque esté herido, roto o entero, es una totalidad dentro de ti, en el centro de quien eres.

(7.19) Es desde este centro que la verdad alumbrará tu camino.

(7.20) Desde este centro comprenderás que la relación existe en la totalidad. Hemos comenzado a desarmar la idea de que estás solo y separado, como un ser escindido del resto. Pero tu perdón de todo aquello que generó este malentendido aún no está completo ni lo estará hasta que tu comprensión sea mayor. Pues no puedes abandonar la única realidad que conoces sin tener una comprensión aunque sea mínima de cuál es la verdad de tu realidad.

(7.21) Si no puedes estar solo debes estar continuamente en relación. En consecuencia, la relación no depende de la interacción tal como la entiendes ahora. Resulta fácil ver la relación entre un lápiz y tu mano, entre tu cuerpo y otro, entre tus acciones y los efectos que parecen tener. Todas estas relaciones se basan en lo que te dicen tus sentidos, que son la evidencia en la que te has apoyado para comprender el mundo. Quienes han desarrollado cierta confianza en formas de conocimiento que no están gobernadas por los sentidos aceptados son considerados sospechosos. Sin embargo, aceptas muchas causas para explicar cómo te sientes, desde variaciones en el clima hasta enfermedades invisibles. Les has dado a otros, a quienes consideras que tienen más autoridad, permiso para proporcionarte su versión de la verdad, y a fin de guardar coherencia eliges creer en la versión de la verdad que predomina en tu sociedad. Por este motivo la verdad difiere de un lugar a otro y hasta parece estar en conflicto. Te aferras a las verdades conocidas, aun cuando eres consciente de su inestabilidad en el tiempo y en el espacio. Por lo que finalmente te aferras a la única cosa segura que se infiltra en tu existencia: el conocimiento de que la muerte te llevará a ti y se llevará a todos tus seres queridos.

(7.22) Date cuenta de que cuando se te pide que abandones esto, se te pide que abandones una existencia tan mórbida que cualquiera en su sano juicio la arrojaría por la ventana con alegría y buscaría una alternativa. Esa alternativa existe. No en sueños ni fantasías, sino en la realidad. No en las formas y circunstancias cambiantes sino en eterna consistencia.

(7.23) Acepta una nueva autoridad, aunque sea por el corto tiempo que te lleva leer esto. Comienza con esta idea: te abrirás a la posibilidad de que una nueva verdad se revele ante tu corazón esperanzado. Mantén en tu corazón la idea de que mientras lees estas palabras, y cuando termines de leerlas, su verdad quedará revelada. Deja que tu corazón se abra a una nueva clase de evidencia de lo que constituye la verdad. No pienses en otro resultado que no sea tu felicidad. Y cuando ésta llegue, no la niegues, ni niegues su fuente. Recuérdate que cuando el amor venga a llenar tu corazón, no lo negarás ni negarás su fuente. No necesitas creer que va ocurrir. Sólo necesitas abrirte a la posibilidad de que ocurra. No le des la espalda a la esperanza que se te ofrece, y cuando la nueva vida fluya llevándose lo viejo, no olvides de dónde provino.

8. LA SEPARACIÓN DEL CUERPO.

«Dentro de tu corazón reside segura la realidad del amor; una realidad tan lejana que crees no recordarla. A esta realidad nos dirigimos cuando nos internamos en lo profundo de ti, hacia el centro de tu Ser».

(8.1) A los pensamientos de tu corazón los has definido como emociones. Son diferentes de la sabiduría del corazón de la que ya hemos hablado: la sabiduría que sabe distinguir el amor, así como también tu ser. Trabajaremos ahora sobre las emociones, los pensamientos del corazón, y discerniremos la verdad de tu percepción de ella.

(8.2) El propósito de esta lección es ayudarte a ver que las emociones no son el verdadero pensamiento de tu corazón. ¿En qué otro lenguaje puede hablar tu corazón? En un lenguaje susurrado, tan apacible que quienes no cultivan la quietud no lo conocen. El lenguaje del corazón es el lenguaje de la comunión.

(8.3) Nos referiremos a la comunión como la unión de nivel superior, aunque en realidad no hay niveles de unión. En el aprendizaje, la idea de que existen niveles resulta útil, pues ayuda a ver el progreso de una etapa, o nivel de aprendizaje, a otra. Aunque más que aprender se trata de recordar, cosa que entenderás a medida que recuperes la memoria. Tu corazón te ayudará durante el proceso de reemplazar el pensar por recordar. Y en este sentido, recordar habrá de experimentarse como el lenguaje del corazón.

(8.4) No se trata de recordar los días pasados en esta tierra, sino de recordar quién eres tú en verdad. El recuerdo proviene de lo más profundo de ti, del centro en el cual estás unido a Cristo. No se refiere a tus experiencias, no refleja rostros ni símbolos. Es la memoria de la totalidad, del todo indiviso.

(8.5) Multitud de pensamientos y emociones parecen bloquear tu camino a la quietud donde puedes hallar el recuerdo. No obstante, como ya has visto una y otra vez, el Espíritu Santo puede usar lo que tú has hecho para un propósito superior, cuando ese propósito está unido al del espíritu. Debemos explorar, entonces, una nueva forma de considerar las emociones, una forma que te permita usarlas para facilitar tu aprendizaje en vez de bloquearlo.

(8.6) Piensas en el corazón como el lugar de los sentimientos y en consecuencia asocias las emociones con el corazón. Sin embargo, las emociones son reacciones del cuerpo a estímulos que te llegan a través de los sentidos. Así, la contemplación de una puesta de sol puede llenar tus ojos de lágrimas, el contacto de tu mano con la piel de un bebé puede hacerte sentir que tu corazón desborda de amor, las palabras duras que entran por tus oídos pueden hacer que tu rostro se ruborice y tu corazón se cargue de un sentimiento que llamas enojo o vergüenza, según las circunstancias. Cuando los problemas se acumulan y parecen demasiados pueden provocar una turbación emocional o un trastorno

nervioso. En estas situaciones circulan en ti demasiados sentimientos al mismo tiempo o te cierras y no das lugar a ninguno. Como con todas las demás cosas, anhelas un equilibrio que haga latir tu corazón sin sobresaltos, que surja una emoción por vez, que tus sentimientos sean controlables. Pero, por el contrario, te sientes controlado por los sentimientos, por emociones que parecen tener vida propia y un cuerpo que reacciona ante todo en formas que te hacen sentir incómodo, ansioso, eufórico o aterrorizado.

(8.7) Ninguna de estas cosas refleja lo que tu corazón te diría, sino que esconde el lenguaje del corazón y sepulta la quietud bajo las siempre cambiantes facetas de una vida vivida en la superficie, como si tu piel fuese el campo de juego de todos tus ángeles y demonios. Aquello que podrías recordar es reemplazado por la memoria de estas emociones, tantas que no podrías contar las de un solo día, ni siquiera podrían hacerlo quienes dicen no tener emociones. No es a tus pensamientos que recurres en busca de motivos para el resentimiento, municiones para tu venganza o tristeza para tus recuerdos. Es a tus emociones, esos sentimientos que dices que provienen de tu corazón.

(8.8) Qué tontería creer que el amor podría morar con semejantes compañías. Si éstas están en el corazón, ¿dónde está el amor? Si estas ilusiones fuesen reales no quedaría lugar para el amor, pero el amor habita donde no penetra la ilusión. Las ilusiones son como una costra que se adhiere a la superficie del corazón, pero que sin embargo no le impiden cumplir con la función de llevar dentro de sí aquello que te mantiene a salvo.

(8.9) Dentro de tu corazón reside segura la realidad del amor, una realidad tan lejana que crees no recordarla. A esta realidad nos dirigimos cuando nos internamos en lo profundo de ti, hacia el centro de tu Ser.

(8.10) Incluso aquellos de ustedes que mantienen una percepción errónea saben que hay una diferencia entre lo superficial y lo profundo. A menudo sólo se ve la superficie de una situación, la superficie de un problema, la superficie de una relación, y esto es reconocido en el habla cuando decimos: «En la superficie parecería que…», seguido de intentos por ver debajo de esa superficie para descubrir las causas, motivaciones o razones de una situación, problema o relación. A esto se lo suele llamar búsqueda de la verdad. Aunque la forma en que buscas la verdad allí donde no está hace que permanezca oculta, el reconocimiento de que hay una verdad más allá de la superficie nos resultará de mucha utilidad en esta etapa, así como tu reconocimiento de que existe algo diferente de lo que aparece en la superficie.

(8.11) ¿Qué pretendes hacer cuando intentas ver debajo de la superficie? ¿Pretendes ver debajo de la piel o en los rincones ocultos de la mente y el corazón? Sin unión ninguna búsqueda revela la verdad. Y aunque hay una parte de ti que sabe esto, en vez de la unión prefieres entregarte al juego de la especulación, la conjetura y las causas probables. Buscas explicaciones e información en lugar de la verdad que dices tratar de encontrar. Buscas en el juicio antes que en el perdón. Buscas desde la perspectiva de la separación en vez de buscar desde la unión. Tal vez pienses que si supieras cómo es la unión la usarías ahora mismo para buscar la verdad u otros objetivos. Te gustaría resolver problemas, ser una persona que, como en una corte, separa el bien del mal, la verdad de la mentira, los hechos de la ficción. Pero no ves que lo que deseas es aún más separación, y que ésta no puede traerte la verdad.

(8.12) Hasta tus más elevados deseos están cargados de este sentido de rectitud que te lleva a juzgar a los demás, más allá de la nobleza de la causa que dices seguir. Quisieras ver en la mente y el corazón de los demás con el fin de ayudarlos, pero también para adquirir poder sobre ellos. Consideras que todo lo que ves es tu propiedad y lo que hagas con ello es tu privilegio. Si la unión fuese así, te resultaría peligrosa. Lucharías contra ella para proteger tus secretos. Esta percepción errónea de la unión te alejaría de la meta que buscas, que no es meta sino tu propia realidad, el estado natural en el que existirías si no fuera porque, por decisión propia, has rechazado tu auténtica naturaleza.

(8.13) ¿Ves ahora por qué la unidad y la totalidad van de la mano? ¿Por qué no puedes retener una parte de ti mismo y al mismo tiempo darte cuenta de que la unidad es tu hogar? Si fuese posible existir en unidad y al mismo tiempo escatimar, la unidad sería una burla. ¿A quién le escatimarías? ¿Y de quién escatimarías? La unidad es totalidad. De todo para todo.

(8.14) Hemos hablado de lo que está en la superficie. Hagamos ahora un experimento. Piensa que tu cuerpo es la superficie de tu existencia y contémplalo. Toma un poco de distancia de él, pues no es tu hogar. El corazón del que hablamos no mora en él, y tú tampoco. Los cuerpos separados no pueden unirse en una totalidad. Fueron hechos para alejarte de la totalidad y para convencerte de la ilusión de la separación. Toma distancia. Contempla tu cuerpo sólo como la superficie de tu existencia. Es lo que aparenta y nada más. No dejes que te impida ver la verdad, así como no dejas que otros aspectos superficiales te la escondan. Aunque no hayas encontrado la verdad, puedes reconocer qué cosas no lo son. Tu cuerpo no es la verdad de lo que eres, por más que lo parezca. Por ahora, lo consideraremos el aspecto superficial de tu existencia.

(8.15) Daremos un paso más, pues muchos aún creen que aquello que está dentro del cuerpo es real: el cerebro y el corazón, los pensamientos y las emociones. Si tu cuerpo contuviera lo real, él también sería real, del mismo modo en que si una situación superficial contuviera la verdad, sería la verdad. Ahora bien, si tu cuerpo y lo que hay dentro de él no son la realidad, te sientes desamparado, como si te hubieses quedado sin casa. Esta sensación es necesaria para que regreses al verdadero hogar, pues si estuvieses encerrado en tu cuerpo y lo aceptaras como tu hogar, no aceptarías ningún otro.

(8.16) Tu «otro» hogar es el que sientes que has abandonado y al que anhelas regresar. Sin embargo, ya estás en él, y no podrías estar en ninguna otra parte. Tu hogar está aquí. Piensas que esto es incongruente con la verdad tal como la estoy revelando, la verdad de que el cielo es tu hogar. Pero no lo es. No hay aquí en los términos en que tú lo piensas, desde la perspectiva de una localidad, un planeta, un cuerpo. Dios está aquí y tú tienes tu sitio en Dios. Éste es el único sentido en que deberías aceptar la noción de que perteneces a tal o cual sitio. Sólo cuando tomas conciencia de que Dios está aquí puedes decir que éste es tu sitio.

(8.17) Ahora que has tomado distancia de tu cuerpo para participar de este experimento que te permite reconocer el elemento superficial de tu existencia, tomas mayor conciencia de que estás en un lugar y tiempo particular. Cuando tomas distancia para contemplar tu cuerpo, esto es lo que ves: una forma que se mueve en el tiempo y el espacio. Eres entonces más consciente de sus acciones y achaques, su fortaleza y su debilidad. Puedes darte cuenta de cómo gobierna tu existencia y preguntarte cómo podrías tener siquiera un momento sin conciencia de él.

(8.18) Este momento sin conciencia del cuerpo fue descrito maravillosamente en Un Curso de Milagros como el Instante Sagrado. Tal vez creas que la observación de tu cuerpo no es una buena manera de lograrlo, pero a medida que observas, aprendes a tomar distancia de lo que ves. Pero es necesario recordarte que no debes observar con la mente sino con el corazón. Y esta observación contendrá una santidad, un don de la visión que está más allá de tu vista normal.

(8.19) Comenzarás sintiendo compasión por este cuerpo que durante tanto tiempo has considerado tu hogar. Ahí va una vez más, durmiendo y despertándose. Llenándose una vez más de energía y malgastándola hasta sentir fatiga. Y llega un nuevo día que saludas con tu corazón. Un nuevo día que te dice que todo pasa. A veces esto trae regocijo y, a veces, tristeza. Pero nunca puedes evadir el hecho de que cada día es a la vez un comienzo y un fin, y que la noche es tan cierta como el día.

(8.20) En estos días que pasan se mueven muchos otros cuerpos semejantes al tuyo. Cada uno es diferente, ¡y hay tantos! Cuando observas, es posible que aquello que observas te resulte abrumador, es decir, la magnitud de todo lo que ocupa el mundo junto a ti. Algunos días te sentirás como uno de tantos, un pequeño e insignificante peón. Otros días te sentirás superior, la culminación del mundo y todos sus años de evolución. Habrá días en que te sentirás muy terrenal, como si éste fuese tu hogar natural. Habrá otros días en que sentirás lo contrario y te preguntarás dónde estás. Ahí está tu cuerpo, pero ¿dónde estás tú?

(8.21) Aunque no puedas observarlo, tomarás conciencia de cómo el pasado camina junto contigo, y el futuro también. Ambos son como compañeros que por un instante vienen a distraerte pero se niegan a abandonarte cuando quieres que se vayan.

(8.22) ¿Dónde viven el pasado y el futuro? ¿Adónde va el día cuando llega la noche? ¿Qué harás con todas estas formas que deambulan a lo largo de los días junto a ti? ¿Qué es lo que observas en realidad?

(8.23) Esta es tu representación de la creación, la que comienzas cada mañana y terminas cada noche. Cada día es tu creación, sostenida por el sistema de pensamiento que le dio origen. Observar esto es ver su realidad. Y ver esta realidad equivale a ver la imagen de Dios que tú has creado a semejanza de Dios. Una imagen que se basa en tu recuerdo de la verdad de la creación de Dios y tu deseo de crear como tu Padre. No es mucho más lo que puedes hacer en tu condición de olvido. Aun así, tiene bastante para decirte.

(8.24) Todo se sostiene gracias al sistema de pensamiento que le dio origen. Pero hay dos sistemas de pensamiento: el sistema de pensamiento de Dios y el sistema de pensamiento del ego o yo separado. El sistema de pensamiento del yo separado ve separación en todo. El sistema de pensamiento de Dios ve unidad en todo. El sistema de pensamiento de Dios es un sistema de permanente creación, renacimiento y renovación. El sistema de pensamiento del ego es un sistema de continua decadencia, destrucción y muerte. ¡Y sin embargo en cuánto se parecen!

(8.25) ¡Cómo se parece a la memoria el recordar una cosa hasta en sus más nimios detalles y sin embargo no tener idea de qué se trataba en realidad! Los recuerdos acaban deformados y distorsionados por lo que tú quisieras que fuesen. Todos podemos evocar el recuerdo de por lo menos un incidente que cuando fue expuesto a la luz de la verdad resultó ser una gran mentira. Ocurre al recordar ocasiones en que creías que un ser querido te quería perjudicar cuando en realidad estaba tratando de ayudarte. O cuando recuerdas situaciones que te resultaban vergonzosas o destructivas pero en realidad buscaban enseñarte algo que necesitabas aprender para alcanzar el éxito del que ahora gozas.

(8.26) Tu recuerdo de la creación de Dios es una memoria que conservas hasta en sus más mínimos detalles. Sin embargo, los detalles enmascaran la verdad con tanto celo que acaban sometiéndola a la ilusión.

(8.27) ¿Cómo puede ser que andes por el mismo mundo día tras día en el mismo cuerpo, que observes tantas situaciones semejantes, que te despiertes bajo el mismo sol y lo veas ocultarse cada noche, y aun así cada día resulte tan diferente que a veces te sientes feliz y a veces triste, un día tienes esperanza y al siguiente te hundes en la desesperación? ¿Cómo es posible que lo creado en forma semejante a la creación de Dios se oponga tanto a ella? ¿Cómo es posible que la memoria engañe los ojos y sin embargo no engañe al corazón?

(8.28) Ésta es la verdad de tu existencia: una existencia en la que tus ojos te engañan pero tu corazón no cree en el engaño. Tus días prueban esta verdad. Lo que tus ojos ven puede engañarte un día, pero al día siguiente tu corazón ve más allá del engaño. Y así es como en tu mundo un día es la desdicha personificada y el siguiente es gozo puro.

(8.29) Regocíjate de que tu corazón no se deja engañar, pues en ello reside tu camino al verdadero recuerdo.

9. EL REGRESO DEL PRÓDIGO.

«Los lirios del campo no siembran ni cosechan, y sin embargo nada les falta. Las aves del cielo viven para cantar de alegría. Tú también».

(9.1) Te preguntas cómo podemos decir que tu corazón no se deja engañar cuando tantas veces parece engañarte. Parece tan inconstante como tu mente, un día te dice una cosa y al siguiente, otra. Incluso parece más errático que tu mente cuando te lleva por caminos llenos de trampas y peligros que desembocan en la oscuridad en lugar de la luz. Son tus emociones las que hacen esto, no tu corazón.

(9.2) Las emociones hablan el idioma del yo separado, no el lenguaje del corazón. Son la primera línea de tu sistema de defensa, siempre vigilantes de lo que pueda lastimar al pequeño yo que creen bajo su protección, o a los otros pequeños yoes que tú crees bajo tu protección. Pero recuerda ahora cuánto se asemeja lo que tú has hecho a la creación, no en la sustancia sino en la forma. La creación no necesita protección, y es sólo tu creencia en tal necesidad la causa de que tus sentimientos hayan quedado oscurecidos por la ilusión. Si no sintieras necesidad de proteger tu corazón, o los cuerpos que amas, tus sentimientos conservarían su inocencia y no podrían lastimarte.

(9.3) El deseo de proteger tiene su origen en la desconfianza y su base en el temor. Si no existiese el temor, ¿qué habría que proteger? De esta manera, todo tu amor —el amor que imaginas albergar en ti y el que imaginas dar y recibir— está contaminado de temor y, por lo tanto, no puede ser amor real. Pero porque recuerdas el amor como aquello que te dio seguridad, te hizo feliz y te unió a los demás, intentas usarlo aquí. Es un recuerdo real de la creación que aparece distorsionado. Tu memoria defectuosa te ha llevado a creer que puedes usar el amor para sentirte seguro, feliz y unido a quienes eliges amar. Este no es el caso, pues el amor no puede ser usado.

(9.4) De la misma manera has distorsionado toda relación, tornándola en algo real en la medida en que tiene un uso para ti. En tu memoria de la creación recuerdas que todas las cosas existen en relación y todas las cosas suceden en relación. Por lo tanto, eliges usar la relación para probar tu existencia y lograr que sucedan cosas. Este uso de la relación nunca te proporcionará la prueba o la acción que buscas, porque la relación no puede ser usada.

(9.5) Mira a tu alrededor la habitación en que estás sentado y quítales su utilidad a todas las cosas que ves en ella. ¿Cuántas conservarías? Tu cuerpo también fue creado por su utilidad. Te separa, así como cada cosa de tu habitación está separada por su utilidad. Pregúntate ahora: ¿para quién es útil tu cuerpo? La pregunta no se refiere a aquellos para quienes cocinas o limpias ni a aquellos cuyos cuerpos o mentes mejoras. La pregunta, en realidad, es ¿quién habrá visto un uso para un cuerpo como el tuyo antes de que fuese creado? ¿Qué clase de creador lo haría y con qué propósito?

(9.6) Tú no creaste tu Ser, pero creaste tu cuerpo. Fue creado por su utilidad, al igual que todos los demás objetos que comparten el espacio que ocupas. Piensa por un instante en cuál puede haber sido la intención del creador de tu cuerpo. El cuerpo es una entidad finita, creada para sostenerse a sí misma pero también para destruirse a sí misma. Necesita mantenimiento constante, y esto requiere trabajo y esfuerzo. Cada centímetro de su superficie recibe y transmite información, pero también posee herramientas adicionales como los ojos y oídos para incrementar la comunicación y controlar lo que entra y lo que sale. Es tan susceptible al dolor como al placer. Contiene los medios para la unión, pero para una unión de naturaleza temporaria. Es capaz de ser violento y también amable. Nace y muere en estado de desamparo.

(9.7) El cuerpo no puede evitar ser así, pues fue hecho con un doble propósito: constituir un yo separado para luego glorificarlo, y castigar a ese yo separado por la separación. Su creador tuvo en mente lo que el cuerpo refleja: engrandecimiento de sí mismo y exclusión, placer y dolor, violencia y amabilidad. Un deseo de saberlo todo pero sólo a través del propio esfuerzo, un deseo de verlo todo pero sólo a través de sus propios ojos, un deseo de ser conocido pero sólo mediante lo que elige compartir. Junto con estos deseos resulta sencillo ver cómo se desarrolló el mundo del cuerpo. Junto con el deseo de saber coexiste el deseo de no saber. Junto con el deseo de ver coexiste el deseo de no ver. Junto con el deseo de compartir coexiste el deseo de ocultar. Junto con el deseo de vivir coexiste el deseo de no vivir más.

(9.8) Siempre has sido tal como fuiste creado, pero esto es lo que elegiste hacer de aquello con lo que comenzaste. En otras palabras, tomaste aquello que siempre fuiste e hiciste esto de ti. No creaste de la nada ni usurpaste el poder de Dios. Tomaste lo que Dios creó y lo convertiste en una ilusión tan potente que crees en ella en vez de creer en la verdad. Pero así como pudiste hacerlo, puedes deshacerlo. Ésta es la elección que tienes delante de ti: seguir creyendo en la ilusión que construiste o comenzar a ver la verdad.

(9.9) Ahora buscas aprender la manera de escapar de lo que has construido. Para hacerlo debes retirarle tu fe. Todavía no estás preparado, pero tu corazón te pondrá en camino. Y al prepararte, caminas junto a aquel que te ha esperado con un solo propósito en vez de dejarte llevar por los deseos conflictivos que te trajeron a este mundo extraño. Caminas con ligereza donde antes caminabas encadenado. Caminas con un compañero que te conoce tal como eres y te mostrará tu Ser.

(9.10) Mira ahora tu cuerpo como antes miraste el espacio que ocupas. Si le quitaras al cuerpo su utilidad, ¿lo conservarías? Mientras tomas distancia y observas tu cuerpo, siempre con la visión de tu corazón, piensa para qué lo usarías. Lo que Dios creó no puede ser usado, pero lo que tú creaste sí, pues su único propósito es el uso. Elige usarlo para regresar a tu verdadero Ser, y este nuevo propósito cambiará tanto su utilidad como su estado.

(9.11) Todo uso se basa en la simple idea de que no tienes lo que necesitas. Mientras tus lealtades permanezcan divididas seguirás creyendo en ella. Mientras no retires toda tu fe de lo que tú has hecho, seguirás creyendo que permanece útil. Ya que éste es el caso, y ya que no puede ser cambiado sin que tú estés dispuesto a cambiarlo, en vez de ignorar lo que has hecho, lo usaremos de otra manera. Debes tener en cuenta, sin embargo, que sólo lo hacemos para ganar tiempo, pues tu verdadero Ser no tiene necesidad de usar nada.

(9.12) Como ya hemos aclarado, lo más útil para ti ahora es la percepción de tu corazón. Tan pronto como deshagas tus ilusiones respecto de él se te revelará la verdad, pues tus percepciones equívocas acerca del corazón están, de todos modos, más cerca de la verdad que cualquier otra. La memoria de tu corazón es la más fuerte y pura que existe, y sus recuerdos te ayudarán a aquietar la mente y revelar el resto.

(9.13) Regresamos entonces a la percepción de tus emociones y todo lo que te hacen sentir. En tus sentimientos, especialmente aquellos que no puedes nombrar, reside tu conexión con todo lo que existe. Esto es muy útil, pues lo que ya has nombrado y clasificado resulta mucho más difícil de desalojar e iluminar. Inclusive esos sentimientos que intentas nombrar y guardar en un casillero que has clasificado de tal o cual manera no siempre se conforman con permanecer donde tú los colocaste. Parecen traicionarte cuando en realidad eres tú quien los ha traicionado al no dejarlos ser lo que en verdad son. Esto puede servir como una muestra de todo el problema: no permites que nada de lo que existe en tu mundo, incluyéndote a ti, sea tal como es.

(9.14) Los sentimientos que parecen rebelarse con voluntad propia contra esta situación insana lo hacen guiados por recuerdos que tratan de revelarte la verdad. Te llaman desde un lugar que no conoces. El único problema es que el único que los escucha es tu yo separado, y en sus intentos por interpretar lo que dicen los distorsiona como a todo lo demás. Este yo separado siente la compulsión de calificar a los sentimientos como buenos o malos, apreciables o despreciables. Tu lenguaje ubica a la emoción un paso por detrás del temor en tu batalla por controlar o proteger lo que has construido.

9.15 El temor siempre subyace a muy corta distancia bajo la superficie de una situación porque subyace apenas bajo la superficie de tu yo. Si remueves el primer nivel de lo que tus ojos te permiten ver descubrirás que el miedo está al acecho. El siguiente nivel es el deseo de controlar o el deseo de proteger, según tu predisposición. En realidad ambos son lo mismo, sólo que presentan rostros diferentes al mundo. Si, para los fines de nuestra exposición, el cuerpo es el nivel más superficial de tu yo y, por debajo de esa superficie, lo primero que encontramos es el temor, de ese miedo procederá todo lo demás. Debería resultar fácil comprender que los deseos de controlar o proteger no existirían sin el sustrato de temor que los precede.

(9.16) El miedo, como todas las demás emociones, adopta muchos disfraces y recibe muchos nombres. Pero en realidad existen sólo dos emociones: una es el miedo, la otra es el amor. El miedo es la fuente de toda ilusión, el amor es la fuente de la verdad.

(9.17) ¿Cómo podría carecer de temor alguien que está separado de todos los demás? No tiene importancia que los demás también parezcan estar separados. Nadie cree que los demás estén tan separados como él. Siempre parece que otros tienen aquello de lo que uno carece y, por lo tanto, busca. Parecerías estar solo en tu fragilidad y falta de amor. Los demás no te entienden ni conocen, ni tú puedes entenderlos.

(9.18) Nada de esto es necesario, pues tú no estás separado. Las relaciones con las que pretendes poner fin a tu soledad pueden hacerlo si aprendes a verlas de otra manera. Como con todos los demás problemas de percepción, el temor bloquea la visión de tu corazón, la luz que el Cristo en ti haría brillar en las tinieblas. ¿Acaso no puedes ver que cuando elegiste la separación también elegiste el temor? El miedo es sólo una opción que puede ser reemplazado por otro tipo de elección.

(9.19) Hemos dicho a menudo que causa y efecto son en verdad lo mismo. El mundo que ves es un efecto del temor. Todos sentimos compasión de un niño atormentado por pesadillas. El deseo más ferviente de todo padre sería poder decirle de manera fehaciente al niño que no hay nada que temer. Sin embargo, la edad no te ha quitado el miedo ni ha logrado que tu sueño de vida deje de ser una pesadilla. Aun así son pocos los momentos de compasión que te concedes, y cuando estas escasas ocasiones se presentan, rápidamente las reemplazas con afanes prácticos. Mientras no tienes reparos para disipar la pesadilla de un niño, no encuentras la manera de disipar la tuya. Escondes el miedo bajo la superficie y detrás de cada uno de los nombres que le das en un intento desesperado por no verlo más. Vivir con miedo es en verdad una maldición, y una que intentas decirte que no existe. Entonces vuelcas tu mirada hacia otros, hacia quienes viven en países arrasados por la guerra o en vecindarios asolados por la violencia. Hay razones para tener miedo, te dices; pero no aquí.

(9.20) Ésta es la única manera en que has sido capaz de aliviar la pesadilla de una vida con temor. Proyectas el miedo hacia afuera de ti, lejos, sin ver que conservas aquello que proyectas, sin ver que los signos exteriores del temor son sólo reflejos de lo que llevas dentro.

(9.21) Piensa ahora en alguien que hayas identificado con la vida de temor que tú niegas vivir. Imagina que puedes sacar a esa persona de ese lugar oscuro y peligroso. Tiene frío, por lo que enciendes un fuego y le das una manta abrigada para sus piernas. Tiene hambre, por lo que le preparas una comida abundante. La existencia de esa persona se desarrolla en la violencia que tú mantienes fuera de tu casa, y desde tu santuario interior le das un momento de respiro de la guerra que arrecia allá afuera. Todo tu comportamiento e incluso tus fantasías dan testimonio de que crees que la ausencia de frío implica calor, que la ausencia de hambre es satisfacción, que la ausencia de violencia es paz. Crees que si puedes proporcionar aquellas cosas que son lo opuesto de lo que no quieres para ti, logras mucho. Pero el fuego sólo provee calor mientras se aviva, una comida sólo proporciona satisfacción hasta que existe necesidad de otra, tu puerta cerrada sólo te ofrece seguridad mientras la frontera que marca es respetada. Reemplazar lo transitorio con lo transitorio no es una respuesta.

(9.22) Tal vez pienses que esto que acabo de decir es lo opuesto de la instrucción que te provee la Biblia. Allí se te instruye a dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento y recibir al extraño. Más aún, dice que cuando haces esto con otra persona, a mí me lo haces. ¿Acaso piensas que yo necesito una comida, un vaso de agua o alojamiento? Cuando estás atrapado en la ilusión de la necesidad, no hay duda de que estos actos de caridad tienen valor, pero este valor es pasajero. Mis palabras te llaman a lo eterno, al alimento y el descanso del espíritu. Que dirijas tu vista sólo al cuidado del cuerpo es un ejemplo más de un reemplazo por lo opuesto.

(9.23) ¿Acaso no es ésa tu manera de resolver todos los problemas que enfrentas? Ves aquello que no quieres e intentas reemplazarlo con lo opuesto. Tu vida, entonces, se va en una lucha contra lo que tienes, por lo que no tienes. Para aclarar esto basta un ejemplo. Sientes una carencia, entonces deseas. Quieres, quieres y quieres. Estás convencido de que no tienes lo que necesitas, por lo tanto te colocas continuamente en el lugar de la necesidad. En consecuencia, gastas tu vida tratando de satisfacer tus necesidades. Para la mayoría, esto adopta la forma del trabajo. Así es como te pasas la vida trabajando para satisfacer tus necesidades y las de tus seres queridos. ¿Qué harías con tu vida si no tuvieses necesidades que satisfacer? ¿Qué harías con tu vida si no tuvieses temor? Estas dos preguntas son en realidad la misma.

(9.24) El único reemplazo que habrá de satisfacer tu búsqueda es el reemplazo de la ilusión con la verdad, el reemplazo del temor con el amor, el reemplazo de tu yo separado por tu Ser real, el Ser que mora en la unidad. Es tu conocimiento de que esto debe ocurrir lo que te lleva a intentar toda clase de reemplazos. Puedes continuar de la misma manera, esperando siempre que el próximo reemplazo sea el que te proporcione lo que deseas, o puedes decidirte por el único reemplazo que sirve.

(9.25) La única renuncia que se te pide es a tu insana noción de que estás solo. Hablamos aquí del cuerpo sólo porque es lo que tú eriges como prueba de la validez de esta noción demente. También es la prueba que garantiza una vida de temor. ¿Cómo no podrías temer por la seguridad de un hogar tan frágil como el cuerpo? ¿Cómo podrías negarte a proveer la próxima comida para ti y para tus seres queridos? No ves de qué te puede privar la distracción de satisfacer necesidades.

(9.26) Sin embargo, la misma realidad que has construido —la realidad de que no puedes tener éxito a pesar de tus esfuerzos— es una situación que te permite la relación. Así como son las demás cosas que recuerdas de la creación y haces a su imagen, así también es esto. Al hacer de ti un ser separado y solo, también has hecho necesario que para sobrevivir necesites estar en relación. Sin relación, tu misma especie dejaría de existir; más aún, toda la vida se extinguiría. Es obvio entonces que debes ayudar a tu hermana y a tu hermano, pues ellos son como tú y son tu posibilidad de aprehender la eternidad aun dentro de la falsa realidad que has construido.

(9.27) Volvamos al ejemplo de saciar el hambre de tu hermana y la sed de tu hermano. No es sólo una lección sobre la satisfacción del hambre y la sed del espíritu, sino también una lección sobre la relación. En la satisfacción de la necesidad de otra persona se produce una relación que le confiere al gesto un valor perdurable. Tu voluntad de decir: «Hermano, no estás solo» constituye el mayor beneficio de la situación, no sólo para tu hermano sino también para ti. Cuando dices: «Hermana, no estás sola», el hambre y la sed del espíritu se satisfacen en la plenitud de la unidad. Al darte cuenta de que no estás solo tomas conciencia de tu unidad conmigo y comienzas a desplazarte del temor al amor.

(9.28) No eres tu propio creador. Ésta es tu salvación. Tú no has creado alguna cosa de la nada. Empezaste con algo, y ese algo es lo que Dios creó, y permanece tal como Dios lo creó. No es necesario que fuerces tus creencias más allá de estas simples afirmaciones. ¿Son acaso tan imposibles que no puedes aceptarlas? ¿Es tan imposible imaginar que aquello que Dios creó resultó distorsionado por el deseo de que tu realidad fuese distinta de como es? ¿Acaso no has sido testigo de la manera en que esta distorsión sucede en la realidad que ves? ¿No es ésta la historia del hijo o hija que derrocha todos los bienes que le fueron dados por no verlos o por distorsionar su utilidad?

(9.29) Ustedes son las hijas e hijos pródigos constantemente invitados a regresar al hogar, al abrazo de bienvenida del Padre.

(9.30) Piensa en tu computadora, tu automóvil o cualquier otra cosa que usas. Sin usuario, ¿tendría alguna función? ¿Sería algo? Un automóvil abandonado y sin alguien que lo use podría convertirse en un hogar para una familia de ratones. Una computadora podría cubrirse con una tela y depositarle arriba un florero. Alguien que no sabe para qué sirve podría usarla para lo que se le ocurra, pero jamás intercambiaría funciones con ella. En un accidente, no se le puede echar la culpa al automóvil por los errores cometidos por el usuario. Sin embargo, este cambio de funciones se asemeja a lo que has querido hacer y es como echarle la culpa del accidente al auto. Tú has intentado intercambiar funciones con el cuerpo diciendo que éste te usa a ti, y no lo contrario. Lo haces a partir de la culpa, para tratar de depositarla en algo exterior a ti. «Mi cuerpo me llevó a hacerlo» es como la excusa de un niño con un amigo imaginario. De esta manera, el niño anuncia que su cuerpo está fuera de su control. ¿Qué es tu ego sino un amigo imaginario para ti?

(9.31) Hijo de Dios, no necesitas un amigo imaginario cuando tienes a tu lado a aquel que es tu amigo por siempre y te mostrará que no tienes necesidades. Aquello que realmente eres no puede ser usado, ni siquiera por Dios. ¿Acaso no ves que sólo en la ilusión puedes usar a tus semejantes?

(9.32) Aprendes el concepto de usar a los demás de la realidad que has construido, en la cual usas el cuerpo que tú llamas hogar e identificas como tu ser. ¿Cómo pueden ser uno y lo mismo aquel que usa y el objeto usado? Esta locura hace que el propósito de tu vida parezca útil. Cuanto más útil sea tu cuerpo para ti y para otros, más valor le adjudicas. Han pasado edades desde el comienzo de la creación y aún no has aprendido la lección de las aves del cielo y las flores del campo. Han pasado dos mil años desde que se te dijo que observaras esta lección. Los lirios del campo no siembran ni cosechan, y sin embargo nada les falta. Las aves del cielo viven para cantar de alegría. Tú también.

(9.33) La voluntad de Dios para ti es la felicidad y nunca ha sido de otro modo. La creación de Dios es eterna y en ella el tiempo no tiene utilidad. El tiempo también es construcción tuya, y como tal es otra idea que se salió de quicio, pues una vez más permitiste que una cosa hecha para tu uso se convierta en el usuario. Con tus propias manos entregas toda tu felicidad y poder a aquello que tú mismo hiciste. Importa poco si al hacerlo imitaste aquello que tu frágil memoria recuerda de la creación de Dios. Sólo Dios puede conceder el libre albedrío. Y al entregarle tu poder a cosas como tu cuerpo e ideas como el tiempo, tu imitación del don del libre albedrío queda tan falsamente depositada en la ilusión que no puedes ver su locura. El cuerpo no tiene uso para tu poder y el tiempo no fue hecho para tu felicidad.

(9.34) El libre albedrío que Dios te dio es el que te ha permitido construirte a ti mismo y a tu mundo de acuerdo con tu voluntad. Ahora miras ese mundo con culpa y lo ves como evidencia de tu naturaleza maligna. Refuerza tu idea de que has cambiado demasiado como para volver a ser digno de tu verdadera herencia. Y a ésta temes arruinarla. La única cosa que te probaría como el heredero sería enmendarte y enmendar el mundo, restaurarlo a una condición previa que imaginas conocer. En este escenario Dios se parece más a tu banquero que a tu Padre. Estás más dispuesto a demostrarle a Dios que «tú puedes» antes que a pedirle su ayuda.

(9.35) Mientras no quieras ser perdonado no sentirás la caricia amable del perdón sobre ti y tu mundo. Y aunque en realidad este perdón no es necesario, así como tampoco es real ese gran cambio que crees haber atravesado, el deseo de ser perdonado es el primer paso para dejar atrás la creencia de que puedes arreglar las cosas por ti mismo y, al hacerlo, ganarte el regreso a la casa del Padre. El deseo de ser perdonado precede a la expiación, el estado en el cual permites que tus errores sean corregidos. Estos errores no son los pecados de que te acusas, sino simplemente tus errores de percepción. La corrección, o expiación, te regresa a tu estado natural, donde mora la verdadera visión y el pecado desaparece.

(9.36) Tu estado natural es la unión, y cada vez que te unes en una relación sagrada, parte del recuerdo de esa unión regresa a ti. En cada relación especial que empiezas buscas este recuerdo de tu divinidad, pero tu verdadera búsqueda queda oculta debido a la interferencia del concepto de uso. Mientras tu corazón busca la unión, tu yo separado busca lo que puede servirle para llenar el vacío y aliviar el terror de la separación. Lo que tu corazón busca en el amor, lo encuentra; pero tu yo separado trata de impedirlo convirtiendo cada situación en un medio para servir a sus fines. En la medida en que veas la unión como un medio para evitar la soledad, no la ves como aquello que es en realidad.

(9.37) Has puesto límites a todas las cosas de tu mundo. Y estos límites demarcados por la utilidad bloquean el regreso de tu memoria. Una relación de amor, aunque sea un gran logro debido a la intimidad que alcanzas con un hermano o hermana, aún está limitada por lo que tú pretendes. Su propósito es compensar una carencia. Ésta es tu definición de plenitud. Encuentras en otra persona lo que a ti te falta y juntos comparten la sensación de completarse.

(9.38) Una vez más, ésta es una distorsión de la creación. Recuerdas que la plenitud se logra mediante la unión, pero no recuerdas cómo. Has olvidado que sólo tú puedes realizarte. Crees que si juntas varias partes puedes armar el todo. Hablas de equilibrio y tratas de buscar algo para una parte de ti en un lugar y otra cosa para otra parte de ti en un lugar distinto. Ésta cubre tu necesidad de amistad y la otra tu necesidad de estímulo intelectual. En una actividad expresas tu creatividad y en otra tu espiritualidad. Como una cartera de inversiones, crees que diversificar los distintos aspectos de ti mismo protege tus bienes. Tienes miedo de «poner todo los huevos en una canasta». Crees buscar un balance entre las cosas que calificas de trabajo aburrido y lo que calificas de diversión. Al hacerlo, crees usar tu tiempo con inteligencia y te calificas como «un individuo sensato». Si no buscas más que esto, no realizarás más que esto.

(9.39) Buscar lo que has perdido en otras personas, lugares y cosas no es más que un signo de que no entiendes que lo perdido aún te pertenece. Extrañas lo que has perdido, pero no se ha ido. Lo que has perdido está oculto para tus ojos pero no ha desaparecido ni se ha extinguido. Lo que has perdido es valioso, y tú lo sabes, pero no sabes qué es. Una sola cosa es segura: cuando lo encuentres sabrás que lo has hallado. Te brindará felicidad, paz, contento y un sentido de pertenencia. Te hará sentir que tu tiempo aquí no ha sido en vano. Sabes que cualquiera que sea el derrotero de tu vida, si en tu lecho de muerte no has encontrado lo que buscaste, no te irás en paz. No tendrás esperanzas en lo que hay más allá de la vida, pues no encontraste esperanza en la vida.

(9.40) Tu búsqueda de lo ausente se convierte entonces en tu carrera contra la muerte. Lo buscas aquí y allá y te apresuras de una cosa a la siguiente. Corres esta carrera en soledad, a la espera de una victoria individual. No te das cuenta de que si te detienes y tomas la mano de tu hermano, tu marcha se convertirá en un valle de lirios y hallarás tu Ser del otro lado de la línea de llegada, donde por fin podrás descansar.

(9.41) La idea de descansar en paz es para los vivos, no para los muertos. Pero mientras sigas corriendo, no lo sabrás. La competencia por el logro individual se ha convertido en el ídolo que glorificas, y no necesitas ir demasiado lejos para comprobarlo. Esta idolatría te enseña que la gloria es para unos pocos, por lo que te preparas en la largada y te propones obtenerla. Corres la carrera tanto como puedes y, ganes o pierdas, tu participación es la ofrenda que le haces al ídolo. Y cuando llegas al punto en que no puedes correr más, te inclinas ante los que han alcanzado la gloria; ellos se convierten en el ídolo y tú en el súbdito que miras con envidia y asombro lo que hacen. Les rindes homenaje. Les dices: «Me gustaría ser como tú», y delegas en ellos la plenitud al mismo tiempo que abandonas toda esperanza de plenitud real en tu vida. Te entretienes, conmueves o excitas. Te diviertes viendo cómo los gladiadores se matan entre sí. En esto tu noción de uso se despliega hasta en sus más horribles detalles.

(9.42) ¿Qué es esto sino una demostración, en una escala más amplia, de lo que vives cada día? Toda sociedad, grupo, equipo u organización es un retrato colectivo del deseo individual. Los esclavos y los amos se usan unos a otros y la misma ley sujeta a ambos. ¿Quién es amo y quién esclavo en este cuerpo que llamas hogar? ¿Qué libertad tendrías sin las demandas que el cuerpo te impone? Lo mismo podría preguntarse acerca de este mundo que ves como hogar de tu cuerpo. ¿Quién es amo y quién esclavo cuando ambos están sujetos por la misma atadura? La gloria que confieres a los ídolos es también una atadura. Sin tu idolatría su gloria dejaría de existir, por lo que ellos también viven en el temor, igual que el de quienes los idolatran.

(9.43) El uso, cualquiera que sea su forma, conduce a la atadura. En consecuencia, percibir un mundo basado en el uso es ver un mundo donde la libertad resulta imposible. Aquello para lo cual necesitas a tu hermano o hermana se fundamenta en la premisa insana de que la libertad puede ser comprada y que el amo es más libre que el esclavo. Aunque ésta sea una ilusión, es la ilusión buscada. El precio es la utilidad, por lo que cada relación se convierte en un regateo donde entregas tu utilidad a cambio de la de otro. Un empleador tiene un uso para tus capacidades y tú tienes un uso para el salario y los beneficios que el empleador ofrece. Un cónyuge es útil de diversas maneras que complementan las áreas en las que tú eres útil. Una tienda te proporciona bienes que tú utilizas y tú le provees capital que su propietario utilizará. Si posees belleza o talento artístico o deportivo utilizable, te sientes afortunado. Un rostro bonito y un cuerpo en forma pueden intercambiarse por mucho. No es ningún secreto que vives en un mundo de oferta y demanda, donde a partir del concepto simple de individuos que necesitan de la relación para sobrevivir se desarrolló una compleja red de uso y abuso.

(9.44) El abuso es un uso impropio, en una escala que torna obvia la locura del uso tanto para quien usa como para quien es usado. Observa los patrones de abuso en todo, tanto de las drogas y el alcohol como del maltrato físico y emocional. Como los ejemplos de tu vida diaria, éstos también son demostraciones de deseos internos llevados al extremo, sólo que en vez de reflejarse en el grupo se reflejan en el individuo. Si se comprendiera qué refleja el abuso, los individuos que están presos de él le harían un servicio al mundo. Como todo extremo, simplemente señala lo que en instancias menos extremas es lo mismo: el uso es impropio.

(9.45) Lo que hace impropio al uso es su propósito. El Espíritu Santo puede guiarte para que uses las cosas que has hecho en forma tal que beneficien a todos. Ésta es la distinción entre uso propio e impropio, o uso y abuso. Tú usas para beneficio del yo separado. Cuando esto se magnifica, la fuerza destructiva del abuso se torna evidente. Nuevamente depositas la culpa fuera de ti y acusas a las drogas, el alcohol, el tabaco, el juego e incluso los alimentos de ser fuerzas destructivas. Es como culpar al automóvil por el accidente, es confundir usuario y usado. Toda la confusión surge de tu renuncia a tu propio poder y la entrega de éste a las cosas que tú mismo has construido.

(9.46) Voy a insistir en que éste es un intento erróneo de seguir el camino de la creación. Dios dio poder a sus creaciones y tú quieres hacer lo mismo. Tu intención no es mala, pero está orientada por la culpa y el falso recuerdo del yo separado. Tanto como deseas autonomía de Dios, sigues culpando a Dios por crear una situación en la que crees que puedes lastimarte. ¿Cómo puede permitir Dios todo este sufrimiento?, preguntas. ¿Por qué te tienta con fuerzas tan destructivas? ¿Con fuerzas que escapan a tu control? ¿Por qué no creó Dios un mundo benigno que no pueda lastimarte?

(9.47) Sin embargo, así es el mundo que Dios creó: un mundo tan amoroso y pacífico que cuando vuelvas a verlo llorarás de alegría y olvidarás de inmediato la tristeza. No habrá recuerdos que te produzcan remordimiento ni lamentarás los años en que no lo viste. Habrá simplemente un alegre » ¡Ah!», como si algo olvidado hace mucho regresara a ti. Te reirás de los juegos infantiles a los que jugabas. Tu inocencia aparecerá con toda claridad y nunca volverás a olvidar que el mundo que Dios creó te pertenece a ti y tú a él.

(9.48) Todos tus desvaríos serán vistos como lo que son. Todos tus deseos quedarán revelados como solamente dos: el deseo de amar y el deseo de ser amado. ¿Por qué esperar para ver que sólo estos dos deseos son los que te inducen a todas las extrañas conductas que adoptas? Aquellos que se entregan al abuso no hacen más que llamar con voz más alta al amor que buscan todos. No les cabe juicio, pues aquí todos son abusadores, comenzando por sí mismos.

(9.49) En un mundo regido por el uso, los intentos por modificar las conductas abusivas no tienen sentido. Los fundamentos del mundo deben cambiar, y el estímulo para el cambio está dentro de ti. El uso ha reemplazado a la unión. En vez de reconocer tu unión, un estado en el que te sientes completo porque estás unido a todo, has decidido vivir apartado y usar al resto como sustento de tu separación. ¿Puedes ver la diferencia entre estas dos posiciones? ¿De qué manera tu camino es mejor que el camino que Dios creó para ti totalmente libre de conflictos? A pesar de tus bravos intentos por permanecer separado, necesitas usar a tus hermanos y hermanas a fin de mantener la ilusión de separación. ¿No sería mejor terminar con esta farsa y admitir que no fuiste creado para la separación sino para la unión? ¿No sería mejor desprenderte de tu temor a la unión, y al mismo tiempo desprenderte de tu compulsión al uso?

(9.50) ¡Qué diferente sería el mundo si al menos por un día reemplazaras el uso por la unión! Pero antes de que puedas empezar, necesitamos ampliar estas lecciones que aprendes observándote a ti mismo. Pondremos al descubierto la ilusión de que puedes ser usado por tu cuerpo, pues ésta conduce a todas las demás ilusiones de uso.

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